Algo nuevo está sucediendo en el mundo de los negocios. Una nueva variable se está incorporando en las estrategias empresariales, ya no de manera marginal o aleatoria, sino como el mismo centro de su razón de ser. Las empresas han comenzado a entenderse más allá de ser una institución productora de bienes o servicios que buscan solamente el lucro. Al nivel mundial, los principales líderes empresariales han comenzado a percatarse que son ciudadanos responsables por su entorno y su comunidad, del cual, además, dependen y se nutren sus empresas. Ya no hay vergüenza en reconocer que es imperativo actuar en el campo social.
En América Latina, aunque con matices, y algún atraso, comienza también a ponerse en marcha este pensamiento y esta práctica.
El caso brasilero lleva la delantera. Aunque hay programas sociales empresariales en otros países que se destacan por sí mismos, el fenómeno brasilero sobresale debido a la clara tendencia (y conciencia) de que ninguno de los actores fundamentales (Estado, mercado y sociedad civil) pueden por sí solos abordar los grandes problemas de la pobreza, la marginación y la inequidad social. Basta recorrer algunas de sus ciudades y detenerse a analizar los mensajes de los medios de comunicación para asombrarse frente a la emergencia de innumerables “parcerías” (asociaciones, alianzas) que están siendo generadas para recuperar los centros urbanos, proveer nuevas oportunidades educativas, mejorar los sistemas de salud o revitalizar las expresiones culturales.
Este desarrollo está siendo acompañado por la construcción de toda una infraestructura institucional que le da apoyo y la promueve: centros de desarrollo de la inversión social, asociaciones de donantes, empresas consultoras de asesoría y asistencia técnica, intercambios estructurados de aprendizaje, etc.
En otros países, como Colombia, Argentina, México o Perú, a pesar de esfuerzos constantes de centros o núcleos de promoción, aún estas prácticas no consiguen extenderse y tener visibilidad. Aunque algunas fundaciones internacionales u orga nismos multilaterales han apoyado esfuerzos en esa dirección, los líderes empresariales aún no logran entender a fondo el mensaje más básico y elemental que este movimiento quiere transmitir: el éxito de las empresas depende más que de ninguna otra cosa de la generación de un entorno favorable para su desarrollo. O, en otras palabras, que la inversión social es tanto o más importante que las inversiones en tecnología o en capital. Hay mil y una maneras de contribuir a generar ese entorno y depende de cada uno cuál es el espacio donde mejor pueden hacerlo. No entenderlo, no incorporarlo en la cultura de la empresa, y no actuar, es casi como un suicidio.
En América Latina, aunque con matices, y algún atraso, comienza también a ponerse en marcha este pensamiento y esta práctica.
El caso brasilero lleva la delantera. Aunque hay programas sociales empresariales en otros países que se destacan por sí mismos, el fenómeno brasilero sobresale debido a la clara tendencia (y conciencia) de que ninguno de los actores fundamentales (Estado, mercado y sociedad civil) pueden por sí solos abordar los grandes problemas de la pobreza, la marginación y la inequidad social. Basta recorrer algunas de sus ciudades y detenerse a analizar los mensajes de los medios de comunicación para asombrarse frente a la emergencia de innumerables “parcerías” (asociaciones, alianzas) que están siendo generadas para recuperar los centros urbanos, proveer nuevas oportunidades educativas, mejorar los sistemas de salud o revitalizar las expresiones culturales.
Este desarrollo está siendo acompañado por la construcción de toda una infraestructura institucional que le da apoyo y la promueve: centros de desarrollo de la inversión social, asociaciones de donantes, empresas consultoras de asesoría y asistencia técnica, intercambios estructurados de aprendizaje, etc.
En otros países, como Colombia, Argentina, México o Perú, a pesar de esfuerzos constantes de centros o núcleos de promoción, aún estas prácticas no consiguen extenderse y tener visibilidad. Aunque algunas fundaciones internacionales u orga nismos multilaterales han apoyado esfuerzos en esa dirección, los líderes empresariales aún no logran entender a fondo el mensaje más básico y elemental que este movimiento quiere transmitir: el éxito de las empresas depende más que de ninguna otra cosa de la generación de un entorno favorable para su desarrollo. O, en otras palabras, que la inversión social es tanto o más importante que las inversiones en tecnología o en capital. Hay mil y una maneras de contribuir a generar ese entorno y depende de cada uno cuál es el espacio donde mejor pueden hacerlo. No entenderlo, no incorporarlo en la cultura de la empresa, y no actuar, es casi como un suicidio.
Fuente: Boletín IARSE